¿Qué es la depresión?

La depresión es un trastorno del estado de ánimo que va más allá de sentirse triste o tener un mal día. Se trata de una condición emocional profunda que puede afectar la forma en que pensamos, sentimos, actuamos y nos relacionamos con el mundo. En muchos casos, se acompaña de una sensación constante de vacío, desesperanza, falta de energía y pérdida de interés por actividades que antes eran placenteras.
¿Cómo saber si estás deprimid@?
Algunas señales que pueden indicar que estás pasando por un proceso depresivo:
- Sensación de tristeza persistente, vacío o desesperanza.
- Pérdida de interés o placer en actividades cotidianas.
- Cambios en el apetito o el sueño (dormir demasiado o muy poco).
- Fatiga constante, incluso después de descansar.
- Dificultad para concentrarse o tomar decisiones.
- Pensamientos negativos constantes o autocríticos.
- Sentimiento de culpa, inutilidad o fracaso.
- Aislamiento social o irritabilidad.
- Pensamientos relacionados con la muerte o el suicidio.

No tod@s experimentamos la depresión de la misma manera ni con la misma intensidad. Algunas personas pueden seguir funcionando aparentemente “bien”, mientras internamente luchan con un gran dolor emocional. Y si bien hay grados, todo proceso de tristeza profunda merece atención y cuidado.
Mi experiencia con la depresión
En mi caso, la depresión fue una sombra que me acompañó durante años. Tuvo varios detonantes: la pérdida de seres queridos, la ausencia de un padre presente, el bullying por parte de mis compañeros y la frustración de no alcanzar metas importantes para mí —como obtener una plaza en la universidad que deseaba o el trabajo con el que soñaba—.
Sin embargo, uno de los detonantes que recuerdo con mayor intensidad eran las discusiones con mi mamá. Esos momentos solían hacerme sentir insignificante, equivocada… como si no tuviera valor.
Fui una excelente estudiante y una hija obediente, pero bastaba con que algo no saliera como ella quería para que me ignorara o me tratara con dureza. Eso alimentó en mí una autoestima muy baja.
Durante la adolescencia, llegué a sentir que era un error. Nací en una relación complicada, en la que mi papá ya tenía otra familia, y fue prácticamente un desconocido en mi vida. Crecí con la idea de que tenía que esforzarme constantemente para ser amada y reconocida. Pensaba que no importaba cuánto hiciera, nunca sería suficiente.
Cada situación difícil que enfrentaba reforzaba creencias muy dolorosas: que yo era un error, que no valía, que no merecía amor, que no era suficiente. Y en esos momentos de oscuridad, me hice daño de muchas maneras. Me automedicaba para no sentir, me lastimaba físicamente como castigo, luché contra trastornos alimenticios como la bulimia y llegué incluso a intentar quitarme la vida.
Vivía con una tristeza constante, sin ganas de nada. Las cosas buenas que tenía a mi alrededor simplemente no las podía ver. Hasta que un día me cansé. Me cansé de sentirme así. Me cansé de llorar por todo. Me cansé de ese sentimiento de miseria que me acompañaba… y decidí buscar ayuda.
Con los recursos que tenía en ese momento, me embarqué en un proceso profundo, consciente y constante de trabajo personal. Y fue ahí donde todo comenzó a cambiar.
El papel de la autoestima

Entender qué era la autoestima fue uno de los mayores aprendizajes de mi vida. Durante mucho tiempo creí que amarse a uno misma era algo natural, como respirar. Pero descubrí que no es así: amarse a uno mismo es una decisión y una práctica diaria.
Amarse va mucho más allá de tener un diálogo interno positivo (aunque este es muy importante para la gestión emocional positiva). Amarse es tratarte como tratarías a alguien de quien estás profundamente enamorad@. Es ver incluso tus defectos con comprensión, desear lo mejor para ti, darte detalles, mimarte, consentirte, agradecerte por todos tus esfuerzos, sentirte orgullos@ de ti y tratarte con respeto y amabilidad. Es reconocer que eres una persona vulnerable, que puede cometer errores, y aun así está haciendo lo mejor que puede con lo que tiene.
Es darte tiempo para hacer lo que te gusta, permitirte decir “no” sin sentir culpa, ejercitarte no por exigencia externa sino porque tu cuerpo lo necesita, alimentarte bien no por encajar en un estándar, sino porque sabes que tu bienestar lo merece. Es invertir en ti, escucharte, ponerte en primer lugar y dejar de tratarte con dureza cada vez que algo no sale como esperabas.
Amarse también implica dejar de vivir desde la culpa. Este trabajo es profundamente transformador, porque cuando aprendes a mirarte con compasión, empiezas a soltar las cargas del pasado que solo te lastiman.
La culpa: entre el castigo y la liberación
La culpa y la autoestima están profundamente relacionadas. Para sanar, necesitamos trabajar en ambas. Dejar de culparse por todo es esencial: dejar de castigarnos por errores pasados, por no haber sido “perfectos”, por decisiones que tomamos cuando no sabíamos más o no teníamos más herramientas.
Pero también hay otro tipo de culpa que muchas veces no vemos: la de culpar a otros. Culpar a nuestros padres o a las personas que nos hirieron puede parecer justo al principio, pero si nos quedamos ahí, nos desconectamos de nuestro poder personal.

El proceso de sanación emocional requiere que soltemos esa necesidad de culpar. Porque cuando culpamos, alimentamos emociones como el resentimiento, la ira o incluso el deseo de venganza. Y esas emociones no crean cambio, solo prolongan el dolor.
Reconocer que nuestros padres actuaron desde su propia historia, sus propias heridas y limitaciones, no significa justificar lo que nos lastimó. Significa liberarnos. Es dejar de cargar una mochila que no nos pertenece, para poder avanzar más liger@s, más en paz, más conscientes de quiénes somos hoy.
Estrategias que me han ayudado
Quiero compartir contigo lo que a mí me ha servido, recordando que cada camino es único, pero quizás algo de esto te inspire:
1. Inicio con YouTube y Louise Hay: una puerta a la esperanza
Mi primer acercamiento a la sanación emocional comenzó con una búsqueda en internet. Sabía que no quería seguir sintiéndome triste; estaba cansada de sentirme mal. Así fue como llegué al canal de YouTube Aumentando mi autoestima, donde encontré videos relacionados con Louise Hay. Su mensaje sobre el poder del pensamiento positivo, el amor propio y la posibilidad de sanar a través de nuestras palabras me tocó profundamente. Era la primera vez que escuchaba que uno podía cambiar su vida con un cambio interno. Esos videos me dieron consuelo, pero sobre todo, me dieron curiosidad… y la semilla del cambio se plantó ahí.
2. Meditaciones, lectura y afirmaciones: el inicio del diálogo interior
Comencé a practicar meditaciones guiadas y afirmaciones positivas todos los días. Al principio, no sentía que fueran ciertas, pero repetirme frases como «Todo está bien» o «Me amo y me acepto tal como soy» fue suavizando mi relación conmigo misma. Con el tiempo, esas palabras empezaron a sentirse más reales. Meditar me conectaba con un espacio seguro dentro de mí que nunca antes había explorado.

Si no tienes el hábito de meditar, puedes empezar con meditaciones cortas o guiadas. Lo importante es dar el primer paso y permitirte construirlo poco a poco. Es especialmente recomendable hacerlo apenas despiertas y justo antes de dormir, ya que en esos momentos tu mente es más receptiva y puedes programarla con pensamientos positivos, evitando así contenidos o pensamientos negativos antes de dormir. aaaaaaaaaaaaaaaaa

En cuanto a las afirmaciones, recomiendo revisar el Kit de Primeros Auxilios Emocionales, donde explicamos cómo construirlas de manera efectiva. Escribirlas diariamente varias veces también tiene excelentes resultados. Esta práctica constante puede ayudarte a reprogramar tu diálogo interno y fortalecer la conexión contigo mism@ desde un lugar de amor y cuidado. aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Inspirada por los videos, empecé a leer libros que me ayudaran con mi proceso de cambio. No solo leí a Louise Hay —como «Usted puede sanar su vida»—, también exploré otros autores que hablaban de transformación personal, autoconocimiento y amor propio. Fue como si cada página hablara directamente a mi historia. Comprendí que muchos de mis pensamientos dolorosos venían de creencias aprendidas, no de verdades absolutas. Estos libros me dieron herramientas prácticas para comenzar a transformar esas creencias desde la compasión.
3. Ejercicio físico: movimiento para el alma y el cuerpo
En medio de todo ese trabajo interno, descubrí el poder del cuerpo para sanar. En mi caso, la zumba fue clave: siempre me ha encantado bailar y ha sido una parte importante de mi vida. Durante esa hora al día, podía sonreír genuinamente, sentirme viva y desconectarme del dolor emocional. Bailar no solo liberaba endorfinas, sino que me recordaba que todavía podía disfrutar.
Sin embargo, cualquier tipo de actividad física puede ser un gran aliado en este proceso.
Hacer ejercicio ayuda a reducir el cortisol (la hormona del estrés) y aumenta la producción de endorfinas, lo que eleva naturalmente el estado de ánimo. Además, si puedes hacerlo al aire libre o en grupo, tiene un efecto aún más poderoso: conectas con la naturaleza, compartes con otras personas y te sientes menos sol@. Mover el cuerpo es también una forma de recordarte que estás viv@ y que puedes cuidarte desde el presente.

4. Terapia psicológica y psiquiátrica: profesionalizar el camino
Cuando sentí que necesitaba un acompañamiento más profundo, busqué ayuda profesional. La terapia psicológica me dio herramientas para entender mis emociones, y la psiquiatría me ayudó a estabilizarme en momentos donde todo parecía derrumbarse. Esta etapa fue clave para darle un marco más técnico y seguro a todo lo que ya venía trabajando desde lo emocional y espiritual.
Es importante tener presente dos cosas: primero, que necesitamos poner de nuestra parte para progresar; los profesionales nos guían, pero nuestro compromiso con el proceso es lo que genera los verdaderos cambios. Y segundo, recordar que no somos l@s únic@s atravesando dificultades mentales. Saber esto nos ayuda a disminuir la culpa, la vergüenza y a abrirnos a buscar apoyo.
5. Apertura emocional: hablar con personas de confianza
Empecé a abrirme con personas cercanas. A veces solo decía “no estoy bien” y eso era suficiente para sentirme acompañada. Descubrí que compartir lo que sentía me ayudaba a aliviar la carga. Y también aprendí a recibir apoyo, algo que antes me costaba mucho. Hablar, ser escuchada y sentirme validada fue profundamente sanador.
Para las personas que te rodean también es importante que te abras y confíes en ell@s. No porque tengan la responsabilidad de sanarte o hacerte sentir bien, sino porque al saber lo que vives, pueden estar más pendientes de tu estado de ánimo, documentarse sobre el tema y reaccionar mejor ante una posible crisis. Además, no te vas a sentir sol@ en el proceso, y eso hace toda la diferencia.

6. Procesos de coaching: guía para el crecimiento personal
Los procesos de coaching también fueron fundamentales para mí. En el primero trabajé temas esenciales como la autoestima, el merecimiento, la culpa y el perdón. En el segundo, fui más profundo: abordé las herencias familiares, las heridas emocionales de la infancia, y nuevamente el merecimiento desde otra perspectiva. Comprendí que muchas de mis emociones venían de generaciones anteriores, y que sanar no solo era por mí, también era por mi linaje.
Es fundamental entender que el coaching no es una cura mágica. Tu coach es una guía, una acompañante del proceso, pero la verdadera transformación depende de ti. Requiere disposición, disciplina y muchas ganas de mejorar. La magia la haces tú, con tu compromiso y trabajo interno. Te dejo el link de mi coach actual Claudia Paramo, si requieres de su ayuda, (Instagram).
7. Aceites esenciales: aliados sutiles para el bienestar
El universo trabaja en completa perfección, y justo cuando más lo necesitaba, llegaron a mi vida personas que fueron clave en mi proceso. Una de ellas un gran amigo y ser humano maravilloso, quien me enseñó a utilizar los aceites esenciales de DoTerra como apoyo emocional.
En momentos de crisis, estos aceites fueron como un bálsamo. Era una sensación parecida a salir de una “neblina” emocional: me sentía más tranquila, ligera, con el corazón más sereno. No es que resolvieran todo, pero sí me ayudaban a atravesar los momentos difíciles con mayor claridad y calma.
Por eso hoy quiero compartirlo contigo. Tal vez, como a mí, también te ayuden a soltar un poco del peso que llevas y a reconectarte contigo mism@ desde lo sensorial, lo sutil y lo amoroso.
A continuación, te compartiré algunas de las combinaciones que mejor me funcionaron.
- Balance: Promueve la tranquilidad mientras brinda armonía a la mente y el cuerpo.
- Cheer®: Promueve sentimientos de optimismo, alegría y felicidad, contrarrestando emociones negativas de desánimo, melancolía o decaimiento.
- Console®: Su mezcla floral promueve sentimientos de consuelo y esperanza.
- Forgive®: Ayuda a crear un ambiente para ayudar a contrarrestar las emociones negativas de ira y culpabilidad.
- Motivate: Ayuda a desatar poderes creativos y encontrar el valor que viene de creer en ti mismo de nuevo.
- Peace: Promueve sentimientos de paz, consuelo y alegría, contrarrestando las emociones de ansiedad y temor.
Si deseas adquirir tu kit emocional no dudes en escribirnos por WhatsApp 👇

8. Alimentación consciente: cuidar el cuerpo desde el amor
Es importante alimentar tu cuerpo de forma consciente. No solo es la importancia de «Verte bien”, sino de nutrirte porque lo mereces, porque es un acto de amor propio. Yo aprendí a escuchar lo que mi cuerpo necesitaba y no solo lo que el exterior exigía.
Descubrir que lo que comemos no solo afecta nuestro cuerpo físico, sino también nuestro estado de ánimo es revelador. Nuestro sistema digestivo no solo se encarga de procesar los alimentos: es considerado nuestro «segundo cerebro». En el intestino habita una enorme red de neuronas conocida como el sistema nervioso entérico, que se comunica constantemente con el cerebro a través del nervio vago. Esta conexión, llamada eje intestino-cerebro, influye directamente en nuestras emociones.
Además, más del 90% de la serotonina (el neurotransmisor que regula el estado de ánimo, el sueño y el apetito) se produce en el intestino. Cuando nuestra microbiota intestinal está desequilibrada —por mala alimentación, exceso de azúcar, ultraprocesados o estrés—, ese equilibrio químico se altera y puede influir en el desarrollo de ansiedad o depresión.

Por eso, alimentarse de forma consciente no es solo una decisión estética ni una moda de bienestar: es una herramienta real para cuidar nuestra salud mental. Incluir frutas, vegetales, alimentos naturales, beber suficiente agua y evitar los ultraprocesados me ayudó a recuperar energía, mejorar el sueño y sentirme más conectada conmigo misma.
Hoy entiendo que comer bien también es una forma de decirme: me amo lo suficiente como para nutrirme con lo que me hace bien.
9. Ayudar a otros: transformar el dolor en propósito
Y finalmente, descubrí que una de las formas más potentes de seguir sanando es dejar de mirar solo hacia dentro… y empezar a mirar hacia fuera. Durante mucho tiempo me sentí atrapada en mi mundo emocional, en mi dolor, en mi tristeza. Pero cuando empecé a compartir lo que había aprendido, algo dentro de mí cambió.

No se trata solo de contar mi historia o de inspirar. Se trata de actuar, de ponerme al servicio de quienes también están pasando por momentos difíciles. Entendí que muchas veces, para sanar, necesitamos sentirnos útiles, volver a conectar con la vida a través de otros.
Recuerdo un ejemplo que me marcó profundamente: el programa de Yokoi Kenji, donde jóvenes con depresión son llevados a hacer voluntariado en barrios vulnerables como el 20 de Julio, en Bogotá. Al ayudar a personas en situaciones de pobreza extrema, estos jóvenes redescubren su fuerza, su humanidad, y su propósito. Ayudar también los ayuda.
Y no solo se trata de ayudar personas: también puedes hacerlo con los animalitos, el medio ambiente, tu comunidad, incluso con alguien de tu familia o un vecino que necesita ser escuchado.
Busca a quien necesite una mano… y dásela. Muchas veces nos sentimos vací@s porque estamos demasiado centrados en nosotros mismos. Pero allá afuera hay un mundo necesitado de amor, de atención, de humanidad.
Cuando ayudas, tu corazón se abre. Cuando entregas algo de ti, aunque sea poco, te recuerdas que aún tienes valor, que tu existencia importa, y que puedes hacer la diferencia.
💬 Para cerrar…
Gracias por tomarte el tiempo de leer hasta aquí.
Este artículo ha sido escrito desde mi experiencia personal, no desde un rol profesional en salud mental. No soy psicóloga ni terapeuta, solo una persona que atravesó procesos emocionales muy profundos y que decidió compartir lo que le funcionó, con la esperanza de que pueda servirle a alguien más.
Si sientes que este contenido puede ayudar a otra persona que esté pasando por un momento difícil, te invito a compartir esta página. A veces una palabra, una historia o una herramienta puede hacer la diferencia en la vida de alguien.
También puedes seguirme en redes sociales para más contenido, reflexiones y recursos que nacen desde el corazón.
Gracias por estar aquí. No estás sol@.